domingo, 15 de abril de 2012

Una ruta de valientes

Una ruta de valientes

Las Terceras Jornadas sobre Republicanismo rinden tributo a Lorca en el nuevo lugar en que se cree que está enterrado
J. A. / Granada | Actualizado 15.04.2012 - 05:00
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1 a 5. A pesar del mal tiempo la gente "no desertó" y aguantó un recorrido que se hizo duro por las cuestas y la lluvia. También se alargó más de lo esperado porque empezó tarde, pero nadie abandonó. 6. Neuman y Juan Trova llevaron la música y los poemas al recorrido en recuerdo de Lorca.

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Las Terceras Jornadas sobre Republicanismo Español sirvieron ayer para recordar las últimas horas de Federico García Lorca y rendirle tributo en el nuevo lugar en que se cree que está enterrado, una zona que en su momento fue un campo de instrucción militar durante la Guerra Civil y el trágico escenario de decenas de vidas sesgadas. En una visita guiada, el investigador Miguel Caballero fue explicando a todos los asistentes al acto cómo pudo ser la fatídica madrugada del 17 de agosto de 1936. Para recordarle, un gran grupo de gente se sumó, a pesar de la lluvia y la niebla, a este viaje de poesía, música y compromiso. Una de las frases más aplaudidas fue precisamente una vieja reivindicación de Lorca. Andrés Neuman puso voz a algunos fragmentos de aquella alocución que el poeta hacía al pueblo de Fuente Vaqueros: "Y yo ataco desde aquí a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos".

"Ha sido un acto de valentía", contaba poco después Neuman. "El republicanismo en España ha sido siempre una lucha contra los elementos y hoy literalmente ha vuelto a serlo, porque ha hecho un frío y una lluvia tremendos". Hoy, también, después de tantos años era "oportuno" recordar que vuelve a pasar lo mismo de siempre: "Están recortando más de cultura, educación y de ciencia que de ninguna otra parte". Bastaba una frase de Lorca para resumirlo. "Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento".

Organizada por la asociación estudiantil Politeia, la 'excursión' comenzó por la mañana un poco más tarde de lo esperado en un autobús que partió de los Comedores Universitarios y se dirigió a Víznar deteniéndose en el Palacio de Moscoso, en el centro del pueblo, "como hizo la caravana que condujo a Lorca hacia su muerte", explicaba Caballero antes de subirse al autobús.

No pudieron estar Luis García Montero -por un problema de salud en su familia- ni Curro Albayzín -que estaba enfermo-. Pero Neuman y Juan Trova se encargaron de poner poesía y música a una jornada que tuvo que terminar en el albergue por el mal tiempo. Además de las palabras de Lorca, también sonaron los fragmentos más políticos de Juan de Mairena, de Machado; un poema de España, aparta de mí este cáliz, de César Vallejo; para terminar con La estancia y los traslados, del libro-disco de Neuman y Trova Alguien al otro lado.

Miguel Caballero, autor del libro Las trece últimas horas en la vida de García Lorca, ha ido confirmando, a lo largo de los años, las hipótesis que mantenía el periodista granadino Eduardo Molina Fajardo, autor de Los últimos días de Federico García Lorca, de que el poeta no se encontraba enterrado donde hasta hace un par de años apuntaba el hispanista Ian Gibson, sino en otro paraje, conocido como El Peñón Colorado. Allí es adonde se desplazó ayer la visita. Caballero apunta también que Lorca fue asesinado la madrugada posterior al día de su detención, el 16 de agosto, mientras se encontraba en la casa de los hermanos Rosales. Allí se presentó el ex diputado de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) Ramón Ruiz Alonso, quien posteriormente se enfrentaría a los hermanos Rosales, conocidos falangistas granadinos y amigos del poeta, en el Gobierno Civil. Esa misma noche, el poeta habría sido fusilado. Los visitantes se detuvieron en los restos que quedan de La Colonia, una residencia veraniega infantil que, durante la guerra, se convirtió en una prisión B destinada a los granadinos que iban a ser ejecutados. A La Colonia llegaban personas que no habían sido sometidas a juicio alguno y sin ningún tipo de garantías legales. Los asesinatos eran impunes. Los ejecutados se convertían en desaparecidos.

El cabo de la Guardia de Asalto Mariano Ajenjo Moreno, de 53 años; el pistolero Antonio Benavides Benavides, de 36; Salvador Varo Leyva, de 37, Juan Jiménez Cascales, Fernando Correa Carrasco y Antonio Hernández Martín fueron los hombres que apuntaron sus armas contra García Lorca en la madrugada del 17 de agosto. "Los fusilamientos tuvieron que producirse entre las doce de la noche y las cuatro de la mañana porque a las cinco de la mañana el teniente Martínez Fajardo, responsable de que la ejecución se llevase a cabo, tenía que estar de vuelta en Granada para acudir al frente", explica Miguel Caballero.

"Además, aunque no aparece en el libro, porque es un dato que he descubierto recientemente, uno de los falangistas que custodiaban a los presos en La Colonia, Pedro Cuesta Hernández, que luego llegaría a ser alcalde de Güevéjar, abandonó Víznar el 17 de agosto para presentarse en otro destino".

A juicio de Caballero, la película de los hechos habría comenzado en torno a las doce de la noche, cuando un convoy de vehículos procedente del Gobierno Civil de Granada, se detuvo en el Palacio de Moscoso para dar cuenta al jefe del destacamento de Víznar, el capitán Nestares, de la misión que llevaba. Éste reconoció a García Lorca, pero no se opuso a su ejecución, y envió a un ayudante suyo, Manuel Martínez Bueso, para que presenciara el fusilamiento con el fin de que, a la mañana siguiente, otros presos de La Colonia enterrasen los cadáveres. Fueron Nestares y Martínez Bueso quienes, años después, darían la ubicación exacta del sitio al periodista Molina Fajardo.

Miguel Caballero se imagina cómo pudo ser aquella noche: antes de las cuatro de la mañana, sacaron a Lorca y a tres detenidos más de La Colonia y los introdujeron en dos coches: uno con los presos y otro con los verdugos. Iban hacia Alfacar. A mitad de camino, los coches se detuvieron. Debieron girarse levemente para que los focos iluminaran a los reos. En el campo de instrucción había pocos con agua subterránea que hacían que la tierra fuese lo suficientemente blanda como para cavar una fosa. Y se procedió a su ejecución.

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