jueves, 5 de abril de 2012

Porfirio Muñoz Ledo/Duelo y Debate

Porfirio Muñoz Ledo/Duelo y Debate

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Porfirio Muñoz Ledo.- Asisto a la Asamblea 126ª de la Unión Interparlamentaria, que tiene lugar en Kampala, Uganda. El número de temas y de oradores inscritos ha hecho de esta reunión un foro relativamente tumultuario, cuya mayor virtud es la pluralidad pero cuya contribución a un verdadero esclarecimiento de los problemas y a un encuentro de soluciones practicables se antoja lejano,
Apoyamos el parlamentarismo mundial y regional con la intención de encontrar expresiones alternativas a los gobiernos respecto de los problemas contemporáneos. En este caso la cuestión que presentó el debate general es la brecha existente entre los parlamentos y las sociedades. En el fondo, si a pesar de la actitud contestataria de muchos, somos una expresión genuina de la ciudadanía electoral.
La gran mayoría admite que los parlamentos no son hoy considerados un límite al ejercicio del poder, un mecanismo de escrutinio y rendición de cuentas, ni un órgano capaz de generar grandes transformaciones legislativas y por lo tanto nuevos equilibrios que nuestras sociedades requieren.
La multiplicación de los “indignados” en diversas vertientes geográficas y el recurso a la huelga general y a la acción directa habla de una crisis de la democracia representativa en el mundo. Las propuestas que se ofrecen, parciales y hasta inocuas: reformar las leyes electorales, penetrar las redes sociales o incluso expandir las modalidades participativas de la acción ciudadana. Se elude lo principal: que la sociedad está fuera del poder y que el Estado carece de autoridad verdadera sobre los procesos económicos.
Después de treinta años de neoliberalismo implacable hay que enfocar el debate en otra dirección, comúnmente llamada “la democracia radical”. Entender que el parlamentarismo fue durante los siglos XVII, XVIII y XIX una forma estamental para frenar el poder absoluto y expresar los intereses que correspondían a las fuerzas reales en aquellos tiempos.
La transferencia del poder hacia las empresas multinacionales y finanzas internacionales ha creado un mundo distinto, en el que debemos repensar las instituciones políticas. Se requieren nuevos paradigmas estatales que sean capaces de mantener los objetivos de la democracia dentro de un mundo global. De otro modo los actores políticos pareceremos fantasmas del pretérito.
En este contexto los delegados mexicanos recibimos con la rotundidad de la lejanía la noticia de dos fallecimientos consecutivos: el de Jorge Carpizo y el de Miguel de la Madrid. Aparte de explicaciones médicas poco precisas las dos desapariciones duelen a quienes fuimos sus contemporáneos y amigos y obligan a una reflexión más amplia sobre el papel que cada uno de los dos personajes tuvo en el estrado de la historia.
A Miguel lo recuerdo sobre todo en la relación de adolescencia, de juventud y de aspiraciones políticas e intelectuales compartidas. Fue durante muchos años un amigo cercano y nuestras diferencias políticas, aunque radicales, no borraron los afectos de una vida.
A de la Madrid le correspondió un tramo crucial de la segunda mitad del siglo XX: resolver la crisis económica y el problema de la deuda mediante la aceptación de las recetas norteamericanas que después se expresarían en el consenso de Washington o proceder a la movilización de las fuerzas internas del país mediante un nuevo ejercicio democrático para salvaguardar la soberanía. La opción histórica que adoptó la conocemos todos y sus consecuencias se han hecho sentir durante tres decenios. También la clausura de la insurgencia cívica de 1988.
A Jorge Carpizo, cuyas actuaciones en cargos académicos y políticos merecen análisis más rigurosos, lo recuerdo sobre todo en los días afanosos de 1994 cuando convenimos darle una salida política al conflicto de Chiapas y después al magnicidio de Luis Donaldo Colosio mediante la democratización de las instituciones políticas del país, que fueron el inicio de la transición.
En estas dos desapariciones, que de veras lamentamos, se van testimonios clave sobre el México contemporáneo. Lo inteligente es la reflexión desapasionada y estricta de los hechos. La historia no se inventó para regañar a los muertos sino para entender sus actos y desde luego para juzgarlos.

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